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Tango y La Perla

Música > Rock Argentino

Me basta vivir con todo mi cuerpo y testmoniar con todo mi corazón“ Albert Camus


Otoño del ´67. Diez de la noche. Me encuentro sentado en un banco de la Plaza Once esperando a alguien que ya no va a llegar. De pronto veo a un tipo que se me acerca. Va con una viola sin funda en la mano. Me mira como si nos conociéramos, tiene el pelo ondulado y su tez es oscura. Me pide un faso y nos quedamos hablando de un montón de cosas que tenían que ver con la música y otros intereses. Era un tipo de sonrisa fácil y conjugaba la amistad con el mangazo. Desde el primer momen-
to simpatizamos y nos hicimos amigos. Y entonces fue cuando me comentó de unos tipos increíbles que se reunían ahí enfren-
te y que tenían los mismos gustos y debilidades que nosotros. Se me sentó al lado y empezó a cantarme un tema que estaba componiendo y que después fue "
Amor de Primavera". Ya sabés de quién te estoy hablando. Al rato ya éramos viejos amigos, siguió cantándome más temas, después me prestó la viola con la que aprendí un par de nuevos acordes. Después cruzamos y nos metimos en La Perla, caminamos hasta el fondo, donde divisé a un grupito de tipos en unas mesas apartadas del resto, a los que fuí presentado por Tango como un viejo amigo.


Así conocí a Moris, personaje carismático y auténtico rockero rebelde de la primera época, y al delirante Javier Martinez, extraño personaje de voz potente, admirador de Ray Charles y Little Richard. Parapetado detrás de unos anteojos de aumento imposibles, con un timbre de voz muy particular y enigmático por las palabras que usaba; inventor singular de un humor único, basado en la ironía del absurdo, y responsable (aunque de alguna forma todos lo fuimos) de un montón de palabras reinventadas que después pasaron a ser cosa corriente en el lenguaje cotidiano de los porteños. Por ejemplo, "la mano", "los pálidos", "copar","cortala", curtir, "6", "el toco", etc.

Con Moris y Javier curtí mi primer fuga de verano en auto-stop a Villa Gesell.
Yo tenía 17 años, Moris 25 y Javier 21. Todavía era muy pendejo, pero ya entendía instintivamente un montón de cosas que me hicieron ser apreciado y aceptado por estos personajes que me llevaban algunos años de experiencias.
Fue a finales del ´67. Parábamos en un boliche que creo que en algún momento había sido regenteado por Moris, que se llamaba
Juan Sebastián Bar que pasó a llamarse Estudio 1 , y por ese entonces lo tenía el hijo de Piazzolla, Daniel, una esquina blanca que se levantaba en medio de los médanos no muy lejos de la playa. Se parecía mucho a una decente carnicería con cortinas de metal levadizas a la que habíamos pintarrajeado con absurdos graffittis (casi todos de Javier) para llamar la atención de los posibles clientes de la noche.

Como es lógico, por las noches se hacía música: Moris era el organizador, porque ya había estado en años anteriores, con Javier y
Rocky Rodriguez (uno de los bajistas de la Cueva). Moris cantaba temas propios y algunos clásicos del rock de los ´60. No me acuerdo muy bien si hubo otros músicos. En realidad Estudio Uno era un boliche underground cien por cien, venía muy poca gente, porque no era "disquero" como "La Mosca Verde", por ejemplo.

Pero a eso de las tres o cuatro de la mañana, cuando ya parecía que había que cerrar, caían los que venían de la Mosca, entre ellos un tipo de barbita que dominaba tremendamente los bongós. Entonces se apagaban las luces y se iluminaba el recinto solo con velas, y
Billy Bongó se sentaba a improvisar mientras Lilianita Fernández Blanco se adueñaba de la pista de baile, descalza, apenas iluminada por el reflejo tenue de las velas, y comenzaba a contonearse libre de prejuicios apenas vestida, con movimientos sensuales casi místicos, una especie de danza sacra que nos hacía delirar a todos con gritos y ovaciones.

Y de pronto ya era amanecer. Con Javier habíamos hecho una casita detrás del club, con restos de maderas y chapas, que era donde curtíamos y dormíamos durante el día bajo la sombra de unos árboles.

Me acuerdo de una caminata con
Moris por la playa, comentándome su intención de escribir una novela o cuentos sobre nuestra sobre-vida urbana, en la que me iba a hacer figurar como uno de los personajes.
Gesell era frecuentada también por muchos otros personajes del circo de La Cueva y allegados. Después cuando la temporada terminaba, algunos se quedaban a pasar el invierno, a pesar de la represión que el comisario Rincón había desatado contra los llamados "hippys".

Pero casi todos volvíamos a Buenos Aires como podíamos, y a los pocos días nos encontrábamos otra vez en
La Perla, donde noche a noche se iban sumando nuevos personajes a las mesas del fondo. Los que venían muy mal, arrinconaban las sillas y se tiraban a dormir, siempre y cuando los mozos quisieran aceptarlos.
Otros íbamos a los baños a tocar la guitarra, porque aunque olía mal, la acústica era fantástica.

Y aunque esta historia no es cronológica, porque en esa época la mano de La Perla ya estaba mermando, igual ...
Ahí estaban tipos como
Actemio, delirado por el blues inglés, siempre con todos Los discos de John Mayall y el de Electric Flag, que llevaba a todas partes como preciado tesoro. Nunca supe su verdadero nombre. Tengo entendido que se le puso Actemio o Actemín porque fué el descubridor de dicho fármaco, que acostumbraban usar los estudiantes - y después todo el mundo -, "para no dormir".
Tenía carisma para agradar y sabía bastante de sonido, por eso llegó a ser el "Plomo" mayor de la primera época, llegando a ser el jefe de plomos de
Los Gatos. En el último LP de Los Gatos, "Rock De La Mujer Perdida", grabado en 1970, y en el que yo también participo haciendo coros en un tema (por el solo hecho de estar presente esa tarde en los Estudios T.N.T), Litto Nebbia le dedicó uno de los blues más hermosos que he escuchado, titulado "Los días de Actemio" en que Pappo se explaya a gusto con una Les Paul.

Charly Camino, pintor (aunque nunca ví nada de lo que hacía), el más tranquilo de todos los naúfragos, casi siempre acompañado de su hermosa morocha Celia.
Un tipo bastante contemplativo y receptivo, al que nunca ví envuelto en ninguna discusión. Casi un santo.
Miguel Angel Peralta, más conocido como Miguelito Abuelo, también con una guitarra, muchas idéas pero pocos dedos, cantándonos su "Mariposas De Madera", poeta algo surrealista por la temática de sus textos, pero con un corazón noble de campesino en la expresión. Amante de Jorge Cafrune, del vino tinto y de la argentina - inglesa Diana Shepherd, a quién más tarde le dedicó una canción con Los Abuelos De La Nada (Diana Divaga).
Pipo Lernoud, con aspecto de mosquetero del siglo XVIII, pero con un rostro bondadoso escapado de un cuadro de Modigliani. Admirador de la poesía de Bob Dylan y entendedor de conceptos y variantes literarias. Poeta y cómplice de la verdad.
Litto Nebbia, cuando antes de empezar a tocar todas las noches en La Cueva con Los Gatos, bajaba de la pensión en la que vivía a la vuelta con Ciro, y aparecía recién levantado, peinadito con el pelo mojado, super demacrado y con la viola en la mano para cantarnos algún tema nuevo, que después todo el mundo empezó a reconocer con el éxito masivo de Los Gatos.
Pajarito Zaguri, cómplice y mano derecha de Moris durante muchos años.
Siempre de buen humor y tirando buena energía al auditorio. Era un tipo que se hacía querer sin problemas. A todo el mundo le caía bien.
Y más allá, casi al final de la mesa, los perfiles de
Cebollo el silencioso, que aunque sin ser músico, pintor ni poeta, casi siempre venía y escuchaba en complicidad, las tantas veces insoportables genialidades o monólogos de Javier Martinez. Haydée, la nunca bien querida, con Cristina, las primeras groupies locales del Rock Nacional.




Perleros: Charly Camino, Celia, Kay Galiffi, Ciro Fogliatta y Cristina, Circa 1966-67
© Photo: Gentileza de Ciro Fogliatta


Pero a pesar de no tener un nivel intelectual ni especulativo como el de los otros Cirqueros, el personaje central que llamaba más la atención por su personalísimo carisma, era sin duda el primer Tanguito y su magia contagiosa, con quién una mañana, como siempre sin dormir y totalmente delirados, fuimos a cobrar los derechos de autor que le correspondían por "La Balsa". Y no podíamos creer que de la nada, de pronto tuviéramos tanta guita.



Daniel, ante la Recova de Plaza Miserere, atrás al fondo la confitería "La Perla del Once", a finales de los 60s


En esa época sibilina de mi vida algunos me decían "La Bruja", por la forma peculiar de mis pelos largos y porque casi siempre me vestía de negro. Tanguito andaba con un abrigo rojo de la hermana, que obviamente le quedaba chico y corto de mangas. La cosa es que cuando traspasamos las puertas de "Casa América" y nos pusimos a manotear guitarras sin preguntar, cinco empleados de corbatita recién llegados al trabajo saltaron amenazantes. Porque antes de tocar hay que preguntar, etc. Etc. Por nuestro aspecto, éramos seres indeseables.
Pero cuando Tango metió la mano en el bolsillo, y con una sonrisa casi espástica mostró las puntas del fajo de billetes de todos los colores, todo el mundo se quedó mosca.
Al rato salimos sonrientes con un toco impresionante de LP´s, mi primer viola semi-acústica imitación Repiso que Tanguito me compró, una Repiso original para él, y un super combinado Ranser todo lustroso que llevamos como pudimos en un taxi (agradecido) hasta su casa en "Caseros City", que era como él le decía a su barrio.


© Daniel Irigoyen - Publicado en El Musiquero Nro 140 / Año XI


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